Los personajes de Yerma. Imágenes y opinión

Te presentamos aquí nuestra lectura de  los personajes de Yerma, acompañada de imágenes que te pueden ayudar a entender las relaciones entre ellos.

La protagonista: Yerma

Yerma es el personaje central de la obra que, como hemos dicho, gira en torno a su conflicto interno. Al inicio se nos muestra inocente y deseosa de entender por qué no puede ver cumplido su deseo de ser madre, a pesar de provenir de una familia muy fértil  (“Tienes hermanos y primos a cien leguas a la redonda”, le dirá la Vieja Pagana). Se ha casado hace poco más de dos años, por mandato paterno y por razones económicas, con Juan, un hombre que está más interesado en su trabajo que en los problemas de la pareja. A pesar de las tentaciones (entre ellas la de Víctor, un pastor por el que Yerma siente atracción), la protagonista no está dispuesta a concebir un hijo  fuera del matrimonio, por mucho que a lo largo de la obra descubra que no quiere a su marido (“no lo quiero, no lo quiero y sin embargo es mi única salvación. Por honra y por casta”, dirá en el segundo acto). Tampoco está dispuesta a adoptar un hijo de su hermano. El hijo que ella desea solo puede ser biológico y ocurrir dentro del matrimonio, pero los años pasan y el embarazo no se produce.

Yerma buscará informarse de cuál es su problema con la Vieja Pagana y también recurrirá a soluciones mágicas, como una sesión de rezos con una vecina, la Dolores, en el cementerio. Este ir y venir de Yerma por el pueblo solo traerá como consecuencia un incremento de la vigilancia por parte de su marido. Finalmente, otra vecina, María, la convence para que vaya a una romería a pedir hijos al santo.

En la romería Yerma se encontrará nuevamente con el personaje de la Vieja Pagana, quien le ofrecerá escaparse con uno de sus hijos, pero la protagonista se negará una vez más a ser infiel a su marido. Juan, que una vez más la vigila y ha escuchado todo la conversación, ordena a su esposa  que se resigne, para terminar confesando que es feliz sin hijos y que, a diferencia de Yerma, nunca los ha deseado. Cuando Juan (quizás aturdido por la bebida que ha estado consumiendo durante la romería) se acerque para besarla la reacción de Yerma será fulminante. Acorralada y sola en su instintivo deseo de ser madre y perdida toda esperanza, Yerma rechazará con violencia este gesto de intimidad y acabará por estrangular a un hombre al que, como había confesado a la Vieja Pagana en el primer acto, había aceptado “entregarse” sexualmente solo por tener un hijo.

Cabe recordar que la obra también se había iniciado con un beso contrario: aquel que en el primer cuadro Yerma da a Juan luego de que ambos pacten que van a esperar al hijo que no llega “queriendo”, como matiza Yerma (es decir, deseándolo). Así, el rechazo de este último beso de Juan de alguna manera marca la final ruptura de este pacto inicial (querer un hijo juntos) de los esposos.

Juan o la honra

Juan es un modesto labrador y ganadero. A fuerza de trabajar duro y gracias a la ausencia de hijos que gasten, ha logrado una holgada posición económica para él y para su esposa Yerma; aunque esta acumulación de dinero carezca de sentido sin nadie que lo herede (como advierte Víctor al inicio de la obra “quiere juntar dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera?”).

Al parecer este continuo estrés por el trabajo  afecta también a su humor y a su salud y es posible pensar que quizás haya tenido un impacto en su fertilidad (“Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés”, dirá Yerma).

A Juan no le interesa no tener hijos (como acabará por confesar a Yerma al final de la obra), pero sí las habladurías del pueblo. Por esta razón, a lo largo de la obra irá incrementando el control sobre su esposa: primero, enfadándose con ella cada vez que la encuentra fuera de la casa y, luego, trayendo a sus hermanas solteras a vivir con ellos. Yerma, no obstante,  se las arreglará para continuamente burlar la vigilancia de Juan, quien se autodefine como un hombre sin voluntad (es decir, débil). Aunque también podríamos pensar que más que voluntad, lo que le falta a Juan es interés. Juan pone toda su energía en el trabajo y, en cierta manera, trata a su mujer igual que a sus rebaños: cree que basta con darle comida y techo para tener una vida tranquila.

Víctor o el deseo

El pastor Víctor es el único hombre por el que Yerma ha sentido una atracción sexual (“Me cogió de la cintura y no pude decirle nada porque no podía hablar” confesará a la Vieja Pagana), una atracción al parecer correspondida.

La pasión que une a Víctor y Yerma es, no obstante, un querer oculto, que en la obra se expresa más a través de silencios, pequeños gestos y miradas, que de palabras. La partida de Víctor al final del segundo acto, contribuirá a la progresiva soledad en la que se va quedando Yerma.

Las mujeres del pueblo

García Lorca escribe Yerma en un momento en que las mujeres comenzaban a tener más libertad y derechos en España (mira también aquí) aunque, por supuesto, esta lucha por la igualdad se encontró  con la oposición de los sectores más conservadores y, en general, no siempre fue bien asimilada y aceptada, como sucede con todo cambio social importante. En este sentido, en la obra de Lorca nos encontramos con toda una serie de personajes femeninos que representan distintas posturas sobre temas de mucho debate en la época como el de la sexualidad, la fertilidad  o la maternidad.

María o la madre primeriza

Vecina y amiga de Yerma, al inicio de la obra María, que se ha casado hace pocos meses, está embarazada de su primer bebé. Su temor de primeriza contrasta con la seguridad con que Yerma exclama que el sufrimiento de traer un hijo al mundo es “bueno, sano, hermoso” (y no hacerlo, por el contrario, dañino). El personaje volverá a aparecer varias veces en la obra, será por ejemplo quien convenza a Yerma para que vaya a la romería.

La Vieja Pagana o la fertilidad ligada al placer sexual

Se trata de otra vecina de Yerma que, por su edad y experiencia, actúa como una suerte de consejera de la protagonista. La Vieja Pagana valora los placeres de la vida por sobre toda las cosas (“Yo he sido una mujer de faldas en el aire, he ido flechada a la tajada de melón, a la fiesta, a la torta de azúcar”). En este sentido, su comportamiento y manera de pensar desafían las normas sociales. Así, por ejemplo, si María es la asustada madre primeriza, la Vieja Pagana nos muestra otra concepción de la maternidad, aquella que cree que la procreación debe estar unida al placer sexual (“Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca”, dirá a Yerma). Y a juzgar por los catorce hijos que ha tenido de dos maridos diferentes, no parece estar errada. Por sus osadas declaraciones, entre ellas la negación de la existencia de Dios, este fue uno de los personajes más criticados por la prensa luego del estreno de la obra en 1934.

Al final de la pieza, durante la romería, la Vieja Pagana sugerirá a Yerma, como solución a su problema de fertilidad, que escape con uno de sus hijos. En efecto, quizás uno de los aspectos de Yerma que nos pueden resultar más interesantes hoy en día es el hecho de que, según sugiere la vieja, quien es infértil no es Yerma, sino Juan: “La culpa es de tu marido. ¿Lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta. Para tener un hijo ha sido necesario que se junte el cielo con la tierra. Están hechos con saliva”.

Muchacha Primera o las preocupaciones de las madres

Yerma se encuentra brevemente con la Muchacha Primera en el primer acto, cuando ambas regresan al pueblo luego de llevar la comida a sus maridos que trabajan en los campos. En esta ocasión, el personaje confiesa que ha dejado a su hijo encerrado solo en la casa y  Yerma la apremia para que vuelva rápido, mostrando cuánto sabe del cuidado de los niños. El personaje vuelve a aparecer en la romería, donde acompaña a su hermana, que tampoco puede tener hijos. Es ella quien describe los peligros de la romería: por ejemplo, los hombres que acosan a las mujeres y la ebriedad.

Muchacha Segunda o la sexualidad desligada de la procreación

Hija de la Dolores, La Muchacha Segunda presenta otra modelo de mujer. Como la Vieja Pagana, tiene una actitud hedonista frente a la vida, pero en este caso rechaza, además, todas las normas asociadas a su género: el matrimonio, la maternidad, las tareas domésticas y el encierro dentro de la casa (“Si seguimos así, no va a haber solteras más que las niñas [...] Yo tengo diecinueve años y no me gusta guisar ni lavar”). Si la Vieja Pagana representa la fecundidad ligada al placer sexual, la Muchacha Segunda demuestra cómo el disfrute del sexo no necesita estar ligado a la maternidad o al matrimonio (“¿Qué necesidad tenía mi marido de ser mi marido? Porque lo mismo hacíamos de novios que ahora?”).

El coro de lavanderas o las voces del pueblo

El segundo acto se abre con un coro de lavanderas, a la manera de la tragedia griega, que representa la voz del pueblo. Paradójicamente, es Juan quien ha despertado este “hablar de la gente” que tanto teme, al haber traído a sus hermanas a su casa.

Las lavanderas tienen distintas opiniones sobre cuál es el problema de la pareja o quién tiene la culpa. Sin embargo, es interesante comprobar cómo la música convierte al grupo de lavanderas en una sola voz: durante su canción del inicio y del final las lavanderas cantan todas juntas la alegría de la concepción de un niño y la tragedia de las casadas “secas”, como Yerma. En nuestro montaje el coro de las lavanderas se convierte en un diálogo entre la Muchacha Primera y la Muchacha Segunda, aunque seguimos conservando las diferencias de opinión.

Las dos cuñadas o la silenciosa sumisión de la mujer soltera y sin hijos

Las dos hermanas solteras de Juan llegan al pueblo para vigilar a Yerma. Aunque son una presencia frecuente, sobre todo en el segundo acto, solo escucharemos su voz una vez: cuando al final de este acto llamen a Yerma, que se ha escapado de su casa para ir a rezar al cementerio con la Dolores. Paradójicamente este es el único momento en el que el “trágico” y significativo nombre de la protagonista aparece en la obra.

El silencio de las hermanas de Juan indica su absoluta sumisión y resignación, una resignación que se expresa en los muchas asociaciones con la muerte en su modo de vestir (llevan ropas de luto) y comportarse: “Son como esas hojas grandes que nacen de pronto sobre los sepulcros. Están untadas con cera. Son metidas hacia adentro. Se me figura que guisan su comida con el aceite de las lámparas”, dirá una de las lavanderas. En las hermanas de Juan podemos, de algún modo, adivinar cuál será el futuro de Yerma si se resigna a no tener hijos, como le pedirá Juan al final de la obra. Y es que en la sociedad de Yerma la mujer que no es madre no tiene voz (y peor aún la que ni siquiera se ha casado). En nuestro montaje los personajes silenciosos de las dos hermanas se han reducido a uno.

Dolores o la hechicera

Descrita por Lorca como “la conjuradora”, Dolores organiza, junto con dos viejas del pueblo, sesiones nocturnas de rezos en el cementerio. A una de estas sesiones, acudirá Yerma para pedir por un hijo.

El coro de la romería

El momento del  coro de la romería  es quizás el momento en que Lorca se acerca más a un cierto espíritu de tragedia griega, con el uso no solo de danza y música, sino también de dos máscaras. Estas máscaras del Macho y la Hembra representan de manera simbólica y brutal la unión sexual que lleva a la procreación. El coro pertenece al espacio del ritual donde el tiempo y las normas sociales se suspenden, como describiremos más abajo. En nuestro montaje, hemos reemplazado la romería por una santería cubana (mira también aquí)